sábado, 23 de marzo de 2013

Vivir para contarla


Los días de nuestra edad son setenta años;
Y si en los más robustos son ochenta años,

Con todo, su fortaleza es molestia y trabajo,
Porque pronto pasan, y volamos.
Salmos 90:10


Puede que sean los vegetales frescos, la dieta mediterránea, la amabilidad de sus habitantes o la leche de cabra, pero los habitantes de la isla griega de Ikaria viven un promedio de diez años más que el resto de Europa occidental. Tal vez sea la radiación de la piedras de granito o  el terreno montañoso que invita a la actividad física. Sin importar la causa, es un hecho que estos singulares habitantes viven para contarla. Focos de longevidad similares han sido reportados en la isla de Okinawa en Japón, Loma Linda en California (US), la provincial de Nuoro en Sardinia y la península de Nicoya en Costa Rica.

Desconocedores de Matusalén, los antiguos griegos creían que los años múltiple de siete como 49 y 63 eran sumamente peligrosos. El mito de los “años climatéricos” se sostuvo hasta que el matemático inglés Edmund Halley, amigo cercano de Isaac Newton, estudió datos de mortalidad previamente compilados. Halley concluyó que no existía evidencia que apoyara dicha teoría y calculó la probabilidad de alcanzar los 84 años. Para probarlo vivió hasta los 85. ¡Pero eso no es nada! Thomas Peter Thorvald Kristian Ferdinand Mortensen, también conocido como Christian Mortisen, vivió 115 años y 252 días, mientras que actualmente Juana Bautista de la Candelaria Rodríguez, una cubana que reside en Campechuela, afirma tener 126 años de edad.

Cuando Paul McCarteney tenía 16 años escribió “When I’m 64”, una edad que parecía longeva para él. Sin embargo, a pesar de que la pandemia del VIH/SIDA que ha reducido la expectativa de vida (en Sudáfrica se redujo de 63 años en el 1990 a 54 años en el 2010), las Naciones Unidas estima que la proporción de personas con más de 60 años se duplicará entre el 2007 y el 2050. Habrán dos mil millones de personas mayores de 60 años para el 2050 y 400 millones mayores de 80.

Aunque estos avances son motivo de celebración es importante tener en cuenta que una mayor expectativa de vida presenta muchos retos para la salud pública:
  1. Más vida no implica mejor salud: las enfermedades crónicas como la diabetes, enfermedades coronarias y de movilidad cada vez jugarán un papel más importante en el perfil de morbilidad de nuestra población.
  2. Mayor demanda de atención: una población envejecida demandará mayores servicios médicos y mayor atención.
  3. La seguridad social se verá obliga a extender sus límites en cuestión de tiempo y servicios.

Mientras tanto, en Ikara, sus habitantes sugieren que la longevidad de la zona es producto de su vino. Sea cual se la razón, no hay duda que la salud pública debe prepararse para estos retos. Una de las soluciones, tal vez, sea crear geriátricos del futuro que se especialicen por profesión y donde junten a médicos, sociólogos, historiadores, geógrafos y economistas para garantizar un retiro singular y divertido. 

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