Érase una vez un joven de 16 años que quería donar sangre,
y la normativa vigente no se lo permitía. Para poder donar sangre necesitaba
haber cumplido 18 años. El joven supo esperar y cuando llegó a la mayoría de
edad donó sangre, además de sacarse el carné de conducir y votar en sus
primeras elecciones.
Al principio el chaval acudía al Centro Regional de
Transfusiones Sanguíneas con naturalidad, pero con el paso del tiempo fue
notando cierta animadversión por parte de sus padres, en concreto de su madre.
Había rumores sobre transmisiones de enfermedades, especialmente hepáticas,
relacionadas con transfusiones. Es posible que en anteriores décadas hubiera
habido casos aislados de dichos contagios pero, con el avance científico, esos
riesgos para el donante eran inapreciables. Así lo razonaba y se auto-convencía
nuestro protagonista, que dejó de comentar en casa sus visitas al Centro de
Transfusiones. Él entendía la postura de su madre, que no hacía más que
defenderle de cualquier riesgo potencial, por muy minúsculo que éste fuera.
Pero tenía muy claro que iba a seguir donando sangre, porque no hay nada en
este mundo que te haga más feliz que ser útil a los demás y porque no hay mayor
sentimiento de utilidad que dar vida a alguien.
Pasaron los años, y las donaciones de sangre se fueron
sucediendo. A los treinta y pocos años ya había realizado más donaciones que
primaveras tenía en su DNI. Un año, la madre de nuestro donante sufrió una
úlcera digestiva con una importante hemorragia. La gravedad del cuadro clínico
hizo que fuera ingresada de urgencia en un centro hospitalario, donde se le
practicaron distintas maniobras diagnósticas y terapéuticas a fin de
estabilizar su situación. Había perdido mucha sangre, más de lo fisiológicamente
permitido, y necesitaba con urgencia que se le transfundieran varias bolsas de
sangre. Las maniobras realizadas diagnosticaron la hemorragia y lograron detenerla.
Las bolsas de sangre administradas consiguieron estabilizar la situación.
Cuando su hijo acudió al hospital y se enteró de todo lo
sucedido, no pudo evitar acordarse de aquellos años donde había tenido que
justificar ante sus padres su punto de vista cada vez que acudía a donar
sangre. No pudo más que recordar la cantidad de veces que, a pesar de la
adversidad, había ido a donar sangre y de la cantidad de vidas que
potencialmente había salvado. Viendo a su madre en la UCI , entendió que no era el
momento de traer aquellas discusiones a colación y guardó silencio. Y,
aprovechando que ya le tocaba, acudió por enésima vez al Centro de
Transfusiones, a donar sangre.
Actualmente en España, no se ha alcanzado
el mínimo de donaciones recomendado por la OMS de 40 donaciones cada 1000 habitantes. El 14 de junio se celebra el Día Mundial del Donante de Sangre.
Si eres mayor de edad, pesas más de 50 Kgs y estás
sano, no dejes pasar la oportunidad de sentirte útil con los demás. Dona
sangre, dona vida. Cualquier día la puede necesitar alguien de los tuyos.
Andrés