Los
días de nuestra edad son setenta años;
Y si en los más robustos son ochenta
años,
Con
todo, su fortaleza es molestia y trabajo,
Porque pronto pasan, y volamos.
Puede
que sean los vegetales frescos, la dieta mediterránea, la amabilidad de sus
habitantes o la leche de cabra, pero los habitantes de la isla griega de Ikaria
viven un promedio de diez años más que el resto de Europa occidental. Tal vez
sea la radiación de la piedras de granito o el terreno montañoso que invita a la actividad
física. Sin importar la causa, es un hecho que estos singulares habitantes
viven para contarla. Focos de longevidad similares han sido reportados en la
isla de Okinawa en Japón, Loma Linda en California (US), la provincial de Nuoro
en Sardinia y la península de Nicoya en Costa Rica.
Desconocedores
de Matusalén, los antiguos griegos creían que los años múltiple de siete como
49 y 63 eran sumamente peligrosos. El mito de los “años climatéricos” se
sostuvo hasta que el matemático inglés Edmund Halley, amigo cercano de Isaac
Newton, estudió datos de mortalidad previamente compilados. Halley concluyó que
no existía evidencia que apoyara dicha teoría y calculó la probabilidad de
alcanzar los 84 años. Para probarlo vivió hasta los 85. ¡Pero eso no es nada! Thomas
Peter Thorvald Kristian Ferdinand Mortensen, también conocido como Christian
Mortisen, vivió 115 años y 252 días, mientras que actualmente Juana Bautista de
la Candelaria Rodríguez, una cubana que reside en Campechuela, afirma tener 126
años de edad.
Cuando
Paul McCarteney tenía 16 años escribió “When I’m 64”, una edad que parecía
longeva para él. Sin embargo, a pesar de que la pandemia del VIH/SIDA que ha
reducido la expectativa de vida (en Sudáfrica se redujo de 63 años en el 1990 a
54 años en el 2010), las Naciones Unidas estima que la proporción de personas
con más de 60 años se duplicará entre el 2007 y el 2050. Habrán dos mil
millones de personas mayores de 60 años para el 2050 y 400 millones mayores de
80.
Aunque
estos avances son motivo de celebración es importante tener en cuenta que una
mayor expectativa de vida presenta muchos retos para la salud pública:
- Más vida no implica mejor salud: las
enfermedades crónicas como la diabetes, enfermedades coronarias y de
movilidad cada vez jugarán un papel más importante en el perfil de
morbilidad de nuestra población.
- Mayor demanda de atención: una
población envejecida demandará mayores servicios médicos y mayor atención.
- La seguridad social se verá obliga a
extender sus límites en cuestión de tiempo y servicios.
Mientras
tanto, en Ikara, sus habitantes sugieren que la longevidad de la zona es
producto de su vino. Sea cual se la razón, no hay duda que la salud pública
debe prepararse para estos retos. Una de las soluciones, tal vez, sea crear
geriátricos del futuro que se especialicen por profesión y donde junten a
médicos, sociólogos, historiadores, geógrafos y economistas para garantizar un
retiro singular y divertido.
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